Muchos de los que estáis leyendo este artículo sois profesionales exitosos. Sois personas a las que os ha ido relativamente bien. Muchas, muchos de vosotros habéis tenido grandes éxitos, algún patinazo, alguno incluso sonoro y visible, pero fruto de esas experiencias ocupáis un puesto de responsabilidad que os permite mirar hacia atrás y decir: ha merecido la pena. Muchos sois exitosos no sólo por lo que habéis hecho, sino por cómo lo habéis hecho. A muchos se os tiene como referencia en vuestras organizaciones. Sois “gente de éxito”.
Entonces, ¿para qué cambiar?
Y es que las mayores resistencias al cambio se producen precisamente en los vértices de las empresas. ¿Para qué cambiar si haciendo lo que he hecho y de nuevo, como lo he hecho, me ha ido súper? Muy probablemente alguno de vosotros ha logrado éxito siendo lo que se ha dado en llamar un “agente del cambio”. Habéis crecido haciendo del cambio bandera. No faltará quien solicita a su gente, siempre de la misma manera, cambios permanentes. Pero por desgracia, aún sigue pasando en algunas organizaciones que la mayor resistencia al cambio se produce en los propios directivos.
No podemos olvidar que el cambio es inherente al mundo en el que vivimos. ¿Quién se acuerda de cómo eran las cosas hace 5 años? ¿y 10? ¿y 20? Sólo se tiene perspectiva de cómo hemos cambiado cuándo uno mira hacia atrás y piensa en los diskettes flexibles, o en los vinilos, o en las máquinas de escribir o los carretes de fotos. Pero si pensamos en términos de empresa, ¿verdad que no hacemos las mismas cosas que hace unos años? Y una pregunta más difícil de contestar: ¿seguimos dirigiendo como lo hacíamos hace unos años? En mi experiencia pocos de los que leéis esto, con la mano en el corazón, podrá decir un rotundo NO. A muchos se nos caerá un sí sigiloso, flojito. Un sí que implica que aunque el mundo haya cambiado, aunque las cosas no sean como antes, aprendí a hacer las cosas de una manera, me va bien, y no veo por qué he de cambiarlas.
La mala noticia es que esa era la forma en la que directivos de muchas empresas que hoy ya no existen pensaban. Que cambien otros. A mí no me sale a cuenta. Y es que cambiar duele. Adoptar nuevos hábitos obliga a dejar de lado los anteriores. Dirigir personas de manera distinta implica abandonar viejas pero exitosas prácticas. Supone asumir riesgos, supone jugársela. Y ya se sabe cómo se pagan los errores en estos exigente tiempos. Así que, de veras, ¿para qué cambiar?
No queda más remedio
La mala noticia para quien así piensa es que el cambio es lo único constante. Ha llegado y está aquí para quedarse. O nos movemos o nos quedamos atrás. Decía mi buen amigo Bernard Wyss que “renovarse o morir” ya no es una frase hecha . En la cadena hotelera para la que trabaja ahora “renovarse ya no es suficiente”. Me gusta mucho la frase de Guy Kawasaki que dice que “al final, o eres diferente o eres barato”.
Por eso los directivos estamos condenados a renovar nuestra forma de hacer, estamos obligados a mejorar nuestras competencias y adaptarlas al trepidante momento que estamos viviendo. Las generaciones que nos siguen no van a ser tan poco beligerantes con nosotros como lo fuimos con nuestros antecesores. Los que vienen empujan, exigen, y lo peor de todo, son quienes nos van a dirigir en unos pocos años. Así que más nos vale:
- Entenderlos,
- Mejorar nuestro performance como líderes para integrarles y obtener su talento y
- Dirigir de manera diferente a aquellos que están deseando dejar huella en tiempo record, y no están dispuestos a pagar por ello el precio del sacrificio que nosotros conocimos.
Y de verdad, el que no adapte a los tiempos su forma de dirigir estará fuera. El despiadado mercado y la insolente realidad que lo acompaña le sacará de la ecuación.
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¡Buena semana!
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