Melbourne, Febrero 2009. El tenis nos regala una de esas escenas que como deportista o profesional en cualquier materia es difícil dejar de recordar.
Unos jovencísimos Roger Federer y Rafa Nadal suben a recoger sus trofeos en la final del Grand Slam, después de jugar 4 horas y 23 minutos, casi lo que dura Cleopatra, una de las películas más largas del cine. Nada nuevo en la serie de estos grandes jugadores, si no fuese por algunos detalles.
Ese encuentro que Roger perdió con Rafa podría haber supuesto igualar el record de 14 Grand Slam que tenía hasta ese momento Pete Sampras. Todo el público australiano lo sabía y le estuvieron llevando en volandas a lo largo del partido. Pero no fue así. Rafa ganó después de marearse en el entreno de la mañana, dolores en un gemelo, cuádriceps e isquios, y calambres generalizados tras haber necesitado más de cinco horas para pasar su semifinal anterior.
Sin embargo, no traigo este pasaje aquí para destacar la gesta del mallorquín, otra más, sino para poner de relieve lo que pasó después. “Dios, esto me está matando” -es lo que acertó a decir Federer entre sollozos, mientras Rafa se acercaba a él para consolarlo. “Recuerda que eres un gran campeón. Eres uno de los mejores de la historia y seguro que vas a mejorar los 14 de Sampras”. La grandeza de este momento merece la pena que quede en nuestras retinas.
¿Qué hace a los líderes grandes?
En primer lugar la capacidad de ser exigentes para conseguir el resultado, y al tiempo tener la humanidad de estar cerca de las personas, aunque sean el rival más duro. En segundo lugar la capacidad de sufrir, de no dejar de intentarlo, de pelear cada bola como si fuera la definitiva. En tercer lugar la humildad de saber que ganar un torneo grande no te hace ni mejor ni peor, sólo significa eso, ganar un grande. Podríamos continuar con el respeto, el compañerismo, la generosidad, la disciplina, etc… De todo ello escribí en 2009 en mi primer libro Tiempo para Decidir
Pero sin duda lo que les hace grandes es seguir entrenando cada día para mejorar. Un detalle en el saque, un mejor giro en la volea, un revés más liftado…. Hace unos días, Rafa, recién acabada una semifinal, le pedía a Carlos Moyá, su nuevo entrenador, que bajara a “dar unas bolas” a la pista más cercana, para recuperar algunas “sensaciones” perdidas en el partido. Y al día siguiente jugó la final. Y la ganó. Eso diferencia a los campeones de los que piensan que ya no tienen nada más que aprender.
En las empresas
Por eso, hace años que impregnamos nuestros programas del sabor que el deporte y sus enseñanzas pueden dejar en el mundo de la empresa. Nuestros programas de entrenamiento de directivos son largos y prolongados en el tiempo, porque aspiramos a que la enseñanza que dejan perdure. Sólo las experiencias intensas generan aprendizaje. Y lo mejor es que enseguida surte efecto. Muy pronto, con los cambios de algunos hábitos, los directivos se sienten más seguros. Hace unos días empezábamos la segunda generación de un programa de competencias en una reconocida empresa en México, y le pedí a alguno de los participantes egresados, que brindara su testimonio a quienes ahora empiezan: “Me cambió la vida”, “Merece mucho la pena”, “Te remueve y te hace reflexionar”, “Me ayudó a crecer como líder”, “Hoy tengo mejores resultados”…
El próximo 28 de Mayo saldremos también con nuestro primer programa abierto para participantes individuales que nos han pedido enrolarse, para empresas que no consiguen armar grupos numerosos, pero que quieren que 4 o 5 de sus líderes se inscriban, y vamos a trabajar con los participantes en 8 de las competencias básicas que ha de dominar todo aquel que dirige personas.
Escríbenos a info@dpersonas.com si estás interesado o necesitas más detalles.
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