Sí, sí, pero no aparca…

Hace unos días me contaban al terminar de dar una conferencia una historia muy curiosa que me gustaría compartir.

El profesional en activo más antiguo de una compañía acababa de llegar a un acuerdo con ésta y había decidido acabar con su carrera profesional. A punto de cumplir los catorce trienios es hora de ir haciendo otras cosas, debió pensar… Había dedicado toda su vida profesional a esa empresa. Él y la empresa debían ser uno, supongo…..

No habían pasado más de dos semanas y decidió acercarse a alguna de las sedes de la empresa a despedirse de compañeros de los que no lo debía haber podido hacer. Al parecer, un vigilante de seguridad le pidió a nuestro amigo su acreditación, a lo que nuestro personaje contestó explicándole su nueva situación en la empresa: Pues no puede aparcar, fue la respuesta. Hombre, llevo aquí más que la puerta. Esta es mi casa, lo ha sido durante años, y me gustaría que así siguiera siendo. Sí, le entiendo, pero por ese mismo motivo sabe que las instrucciones son éstas. Lo siento mucho pero no puede aparcar.

De esta anécdota, que no deja de ser un pasaje de un malentendido, estuvimos compartiendo algunas reflexiones. ¿Vale para algo el servicio fiel a una empresa? ¿Qué te queda cuando sales? Las empresas y las personas conviven pero en diferentes planos. Las personas tienen sentimientos, tienen valores, tienen conocimientos, las personas tienen alma, las empresas no. Las empresabocas tienen normas, tienen códigos, tienen estados contables, tienen leyes aplicadas, tienen organigramas, pero no tienen vida, por más que nos empeñemos. ¿Quién no ha oído alguna vez?: La empresa no está de acuerdo, la empresa cree esta cosa o esta otra, la empresa piensa que….. ¡Y una leche! La empresa no hace nada de eso. Lo hacen personas por ella. Personas que involuntariamente quedan en el anonimato cuando alguien se refiere a sus decisiones y las pone en la imaginada boca de la empresa.

Uno, cuando guarda fidelidad a una empresa lo está haciendo a las personas que allí trabajan, a las personas que la fundaron o a las que ahora la dirigen, pero nunca al ente. Sin embargo, desde el dia 0 en que estás fuera se pierde la memoria, se resetea el cariño, y uno pasa a ser un extraño. Uno pasa a “no aparcar”. Bueno, algo habré hecho bien. Me recuerda mucha gente, he disfrutado mucho, lo he pasado bien, he tenido muchas satisfacciones… Si, si, pero no te engañes, no aparcas.

El mundo del deporte entiende desgraciadamente de esas cosas. Adhesiones inquebrantables, pasión por los colores, sentimiento de pertenencia, orgullo de raza,… Todas estas expresiones han caído en el más inquieto de los olvidos. Aquí nadie se casa con nadie. Ahora, cuando las empresas van a tener menos alma que nunca, ¿de que han servido los entrenamientos voluntarios de los lunes?, ¿y las concentraciones en los hoteles?, ¿y las infiltraciones para jugar?… Cuando “la empresa” prescinda de tus servicios voluntaria o involuntariamente, algo habrá cambiado.

¿No es como para meditar sobre ello?

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