Las personas caminamos por la vida cargados de miedos.
Esto, que podría tratarse como una afirmación universal, una gran verdad, no es más que un juicio. Como tantos otros que emitimos cada día y que pretendemos que el de al lado tome como una verdad, la verdad más absoluta, la única verdad, la mía. Alfredo Garcia-Castrillón, un magnífico coach que tuve como instructor, decía que la razón es el único bien que todo el mundo cree poseer, y además en su totalidad. La gente cree tener siempre la razón, toda la razón. Por eso, que la gente caminamos con nuestros miedos no es verdad, tan sólo se trata de un juicio, eso sí, compartido por muchos de nosotros.
Cuento esto porque muchas de las cosas que para nosotros no tienen solución, muchas de las que no somos capaces de abordar tienen que ver con nuestros miedos e inseguridades que se manifiestan de diferentes formas. A algunos se les presenta en forma de hipoteca que no pueden dejar de pagar, como gran razón para no dejar un trabajo que les asfixia, no le gusta o no le deja vivir. Otros prefieren optar por echar la culpa a su pareja de la poca libertad que le deja para apuntarse a unas clases de inglés… El miedo se manifiesta en algún caso en forma de exceso de responsabilidad o no encontrar tiempo, o no tener medios, o no poder tener la conversación que nos liberará de nuestros pesares… Miedos. Miedos que nos atenazan y que no nos permiten en ocasiones caminar por la vida en paz.
Uno de los miedos que tenemos más arraigados, especialmente los hombres, es el de mostrar las emociones. Hemos sido educados así. Los hombres no lloran. Los hombres no se besan. Los hombres no se abrazan. Una buena parte de la sociedad en la que crecí hacía de estas frases una forma de entender la vida. Una verdad absoluta. Hacer lo contrario suponía mostrar debilidad, vulnerabilidad u otras cosas no confesables. ¿No?
Pero ocurre que la mente emocional es mucho más rápida que la mente racional, y se activa con rapidez sin detenerse a analizar las consecuencias de una acción. Dicen algunos estudios que las emociones se transmiten por nuestro organismo ochenta veces más rápido de lo que lo hace nuestra parte racional. De ahí que muchas veces las emociones se escapen a pesar de estar entrenados para esconderlas. A pesar de que la razón intenta pararlas.
Y aquí viene la buena noticia. Ya no hay que esconderlas. Las emociones hay que expresarlas, hay que vivir con ellas, mostrarlas, compartirlas, porque eso no nos hace más débiles, sino que nos hace mucho más fuertes desde la vulnerabilidad del ser humano que somos. De saber que pertenecemos a una raza de seres falibles….
Si el premio es recuperar la alegría, mostrar nuestro amor hacia un ser querido, perdonar, olvidar, querer, admirar, agradecer, cerrar viejas heridas, mirar hacia adelante….
Demos el paso.
Atrevámonos.
Seamos nosotros.
Acabemos con el miedo que nos atenaza
Interacciones con los lectores