
La pregunta es: ¿Es compatible que una empresa exija más a sus empleados y a la vez sea honesta y humana? ¿Es posible que lo haga un país? ¿Hay otro camino? Coincido con él en que no queda otra que trabajar más, que dejar de mirar por el retrovisor pensando lo buenos que fuimos, o quedarnos atrapados en un determinado puesto o rol, sin pensar siquiera si es lo correcto en adelante.

Y cuando veo estas cosas, no tengo más remedio que rebelarme frente a esa sensación de “anestesia” general que veo en muchos sirtios, en muchas personas que están esperando a que llegue “nosequé” a salvarnos. Nadie nos va a sacar más que nosotros, no nos engañemos. El estado, por muy social que sea, por muy protector que quiera ser, da para lo que da. Un padre con doce hijos al que no le alcanza más que para dar de comer a tres, por mucho que quiera, no podrá más que repartir las migajas. Y eso es lo que tenemos. Un padre que ha administrado mal nuestros bienes, que se ha gastado el dinero en idioteces y que nos pide que arrimemos ahora el hombro, ahora que la cosa está difícil. Y eso no lo podemos cambiar, venga el padre que venga. El daño está hecho. No podemos mirar hacia atrás por más tiempo. Asumido que eso es así, tenemos dos alternativas: lamentarnos y quejarnos con toda la fuerza y voz que tengamos, agitar a otros para que también lo hagan, o ponernos a buscar las mejores soluciones para salir de esta. Cada uno en su papel, cada uno con el futuro que elija. Cada uno con la soluciones que estén en su mano.
Trabajar y ser buenos en lo que hacemos, poner pasión, entregar el mejor servicio, dar la mejor calidad, sacrificar horas de ocio y diversión, ayudar a otros sin esperar nada a cambio…
Esto es lo que hay.
¿El premio? Un futuro mejor, un mañana esperanzador para nuestros hijos, y la sensación de tener la dignidad de haberlo intentado.
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