Cambiar, cambiar, cambiar… es la palabra de moda, pero también a la que todos nos resistimos. Mi buen amigo mío Guillermo Rius sostiene que cambiar duele. Es una triste realidad, pero es así. Nos cuesta cambiar, nos cuesta abandonar viejos hábitos para tomar nuevos caminos. Nos cuesta salir de lo que algún autor ha llamado “nuestra caja de confort”: el lugar y las cosas con las que nos sentimos seguros.
¿Por qué nos cuesta cambiar? ¿Por qué nos cuesta tanto cambiar?
En muchos casos las razones tienen que ver con la dificultad de desprenderse de hábitos que nos han servido para llegar hasta aquí. Nos pasamos media vida tomando hábitos de comidas, de estudios, de formas de hacer, de formas de tratar a las personas, hasta de caminos por los que ir al trabajo o de lugar de vacaciones. Eso nos da seguridad. No sabemos dejar de hacer lo que sabemos hacer. Dejar de hacer lo que con tanto esfuerzo hemos conseguido, es más dificultoso aún que aprender a hacerlo.
Sin embargo, no nos cuesta nada pedirle a los otros que cambien. Lo que vemos tan sencillo en los demás, no parece tan evidente cuando nos lo aplicamos para nosotros mismos. Tolstoi decía que “Todos piensan en cambiar el mundo, pero nadie piensa en cambiarse a sí mismo”. La Betari Box nos describe muy bien los efectos que tienen en nosotros los comportamientos y las actitudes de otros. Pero lo más interesante es que tratándose de un círculo, explica muy bien la influencia que tienen a su vez nuestras actitudes y comportamientos en los otros. Cuando queremos cambiar, pedimos al otro que lo haga, cuando con que nosotros lo empecemos, habremos conseguido que el otro cambie. De ahí la popularidad que ha adquirido el refrán de que “No es lo mismo predicar que dar ejemplo”.
Pero, ¿qué le pasa a un individuo para no querer cambiar? Una de las teorías a las que podemos acudir para explicar la resistencia al cambio es la de Maslow. Si en esta popular teoría podemos encontrar las fases de la felicidad del individuo, no tenemos más que seguir la secuencia contraria para explicar el proceso que sufre un individuo al pasar por los distintos estadios de regreso. Pongamos un ejemplo de una persona que lleve trabajando en una empresa durante 30 años. De repente un buen día la empresa le orece un cambio inesperado. De estar buscando la autorrealización, puede pasar que el cambio le produzca tal estado de incertidumbre, de shock, que necesite bajar tres escalones de golpe en la ya famosa pirámide en búsqueda de nuevas necesidades de seguridad que ahora cree perdidas. Encontrarlas lleva su tiempo, y los relojes personales de cada uno no van a la misma velocidad. Hay personas que tardan meses en asumir cambios y otros que necesitan tan sólo segundos. También hay quienes creen que no necesitan tiempo pero se sienten durante días extraños. Su proceso de asimilación no ha acabado, aunque traten de mostrar al exterior que sí. Eso les produce alguna ansiedad que a la vez han de gestionar. Pasar de nuevo al siguiente escalón, la necesidad de pertenencia a la nueva organización, al nuevo estatus, también lleva su tiempo. A veces más que la primera vez que en circunstancias similares tuvo que pasar por el mismo estadio. El ser humano se va haciendo con el paso del tiempo más incrédulo, más escéptico, y en situaciones como éstas, las dudas y los temores se acrecientan. Y con ello, la necesidad de llegar a la pertenencia lo antes posible. Después llegará el necesario paso de buscar la estima. Ahora no preocupa. ¡Queda tan lejos ahora la necesidad de estima, autoestima y autorealización que teníamos el día de antes del cambio!….. ¡qué tiempos! Si me dieron ayer la noticia…. Es muy normal que la bajada de estos escalones que tanto tiempo nos llevó subir, sea automática, y eso genera un estado añadido de ansiedad, incomprensión de la situación y desconfianza de quienes tenemos alrededor.
Y dicho todo esto ¿Cuál es la mejor manera para gestionar los cambios?
Lo primero es aceptarlo. Aceptar que las cosas pasan, que a veces no podemos evitar que las cosas suceden, y que tengo dos opciones, aceptarlo o no aceptarlo. Hay en la historia muchas frases que hablan de este momento: “el tren pasa sólo una vez…”, “nadie se baña en el mismo rio dos veces..”…. Aceptar el cambio cuanto antes es la primera parte del duelo que uno debe pasar.
El siguiente paso sería buscar las oportunidades que para mí tenga el cambio, aunque a priori no encontremos ninguna. ¡Qué de beneficioso puedo encontrar en esta nueva situación! ¿Y en el futuro? ¿En qué me puedo beneficiar? Esta fase no es más que un acelerador del cambio. Si no encontramos ningún elemento, tardaremos más en aceptarlo, pero si somos capaces de ver ventajas en el cambio, pasaremos cuanto antes de tolerar el cambio a aceptarlo definitivamente, a asimilarlo.
Eso es lo que somos capaces de ver. Sin embargo, hay muchos miniestadios con diferentes respuestas por lo que un individuo pasa en su personal camino de la aceptación del cambio. En este cuadro se ven resumidos, y en este informe se puede encontrar mucha más información.
La ventaja que en esto de los cambios tenemos las personas que hemos hecho deporte es que hemos sufrido muchas derrotas, muchas victorias, y eso te ayuda a ajustar y desajustar permanentemente al cuerpo emocionalmente. Uno puede perder la liga y esa misma tarde ha de entrenar para la siguiente competición, para el siguiente partido. El proceso de aceptación es casi automático. Hoy que tenemos tan presente el campeonato del mundo de fútbol, no tenemos más que pensar en el proceso por el que tendrán que pasar los jugadores de Brasil o Ghana para superar las derrotas de ayer…. Y se les pasa…
Desmontemos el título. Cambiar no duele tanto….
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