Caminando

Caminando
Hace algún tiempo oí que el secreto para escalar una gran montaña, uno de los “ochomiles”, no era otro que dar un paso detrás de otro. Sin pensar en el agotamiento cuando llega. ¿Quién no es capaz de dar un paso? Sin pensar en la sed, ¿Quién no es capaz de dar un solo paso con sed? Un solo paso. Y este era el camino, y no otro. Evidentemente hay que tener unas mínimas condiciones físicas y mentales. En definitiva, hay que estar preparado, entrenado. Hablaremos en otros post del entrenamiento, tan necesario en estos días.

Pero hoy hago referencia a la necesidad de dar un paso detrás de otro en este “ochomil” que ahora nos ha tocado a todos subir. Como siempre va a pasar, habrá algunos que quieran subir en parihuelas, y es seguro que alguno lo consigue a costa de otros que lo van a llevar necesariamente. Muchos se van a enfrentar a este nuevo “ochomil” en peores condiciones, con un estado anímico bajo. No es agradable que te digan las dos palabras mágicas: “Estás despedido”. No se engañen. Se pueden cambiar por otras: No te renovamos, las cosas están mal y te ha tocado a ti, no es nada personal, seguro que encuentras algo rápido…. No se engañen, de verdad. El efecto es el mismo. Yo, que he recibido alguna vez algún circunloquio de este tipo, puedo dar fe. Comienzas el ochomil “tocado”. Pero no hay otra, o subes o te quedas a pasarlo peor. Y lo digo porque otra opción es quedarse. No intentarlo. No subir. Este país, que es de “quemedentodohecho”, da mucho pie a esto. Seguro que va a haber gente que se quede a esperar a que le recojan y lo suban en helicóptero, que es menos cansado. Prefiero a los que lo intentan, a los que saben que la ascensión es dura, que lo es porque hace tan solo unas horas estaban arriba y de la noche a la mañana alguien los ha dejado en el campo base de nuevo.

Ayer fui a comprar un tarjetero de esos gigantes para gestionar mi pequeño caos de personas conocidas aprovechando que ya nadie cierra a la hora de la comida. Entré en un restaurante mejicano a tomar unas fajitas en la barra (me horroriza comer solo) junto a una cerveza de esas mejicanas en las que ya no te ponen ni limón. Al lado mio se sentaron tres chicas:

Ponnos unas cervezas a las tres. Nos acaban de despedir -le dijeron al camarero.
– ¿A las tres?, -pregunto él.
– Sí, en dos minutos.

Y ahí acabó el drama.

-Pues yo me voy a tomar unos días para irme de vacaciones, que me llevan explotando años, -dijo una de ellas

-Ya verás cuando se entere mi madre, -dijo otra
– Voy a ir a ver a los de «Tal y Cual», que nos llamaron un día, y a los de «Otto y Moto», con los que hablé, ….-continuó la tercera de ellas. Yo creo que es lo mejor que puedo hacer en este momento.

Más allá del textual inicio de una conversación que no pude evitar oír, pensé que esas tres chicas eran el fiel reflejo de la forma de tomarse las cosas: A la ligera, con el miedo en el cuerpo, y con la responsabilidad necesaria para volver a ponerse en marcha. Estos tres papeles están perfectamente definidos en una película que describe magistralmente las tres maneras de ver la vida en un escenario que, no siendo éste, se parecía en muchas cosas: Los lunes al Sol.

No queda otra. Bueno sí, lamentarse por las esquinas. Quejarse como Calimero de la mala suerte que nos acecha, o ponerse a trabajar en nuestro destino. Ser tristes espectadores o protagonistas de nuestra vida. Quedarse a esperar o ponerse a caminar. Me encanta una frase de William Ward que dice: «El pesimista se queja del viento; el optimista espera que cambie; el realista ajusta las velas.»

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